Leerse es un acto alienante

Y sin embargo, acuso recibo de mi tempestuosa intencionalidad. Aquí me encuentro, cronológicamente perdida, leyendo un pasado que es mío pero que desconozco o que ya no recuerdo.

Hace unos minutos, el alma me ha llevado al concierto número dos de Rachmaninoff. La mente es mucho más maquiavélica y ha unido puntos, habiéndome traído al archivo de lamentos, poemas acaso, essays y preocupaciones de hace más de diez años.

¿Quién eras tú? Que no sabías de anti-fragilidad, que hablabas de tus mayores miedos sin saber que eran manifiestamente realidades, pospuestas a tu discernimiento solo por la inocencia y la ceguera del cuerdo. ¿Quién eras tú? Que aparcaste cualquier cosa por un final infeliz, alas, un final necesario. Desconocer los acontecimientos hace a los sentimientos ligados a ellos desvanecerse un poco, los amarillea. Saturno seguiría devorando a su hijo incluso si una habitación en llamas lo hubiese cubierto todo de hollín, pero nadie podría imaginar que tal escena estuviese ahí debajo.

Este mirarse en un espejo tan subjetivamente te aleja de ti mismo, te convierte en un pequeño libro de historia, la tuya, en la que obviamente falta la versión de los perdedores, por decirlo de algún modo. Pero he aquí la esperanza, la silver lining de todo ello: la sensación de alienación es directamente proporcional al crecimiento personal ocurrido a lo largo de los años. Sin tanta inocencia y desde luego con muchísima más locura, sobre todo locura...

Por alguna extraña razón, o quizá sin razón ninguna y solo porque así ha sido, el camino se tercia de lo más satisfactorio. Puedo decir, sin ningún lugar a duda, que el camino ha llevado, lleva, a la libertad. A esa libertad que da miedo, porque libera cualquier tipo de pensamiento y acción, por humana y espantosa que sea.

Unapologetically me podría haber sido mejor título para esta verborrea espontánea. No pido perdón ni por hoy ni por ayer, 2015, 2007 o 2004. Pero sobre todo, no pido perdón por hoy, ni mucho menos por mañana.






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