Monólogos suspendidos VI

Hay cosas que no necesitan oirse más de una vez. Y a la tercera ya es tan tarde para ponerle remedio, que nos suena a música de fondo, molesta e insistente.

Sin embargo, en vez de apagar la radio, nos dedicamos a buscarle una razón de ser a esa melodía implícita en todo dúo.

El miedo a volver a escucharlo nos hace retroceder, reagruparnos con nosotros mismos y nosotros solos. Volvemos a aquella posición segura en la que sin embargo no podemos escuchar nada, ni siquiera la belleza.

Esperamos encontrar en algún momento el modo de silenciar ese ruido que no necesita oirse más de una vez, pensamos que quizá con un buen cello pudiera arreglarse todo.

Un instrumento que saque de nosotros la pena, la nostalgia, los recuerdos y todo lo bello que hubo detrás, que nos haga respirar de nuevo otro punto de vista. Otras curvas, y no de mujer, en las que descansar la cabeza por un momento, para volver a la entereza, la paciencia y el amor que todos, todos nos merecemos.

¿Por qué no lo hacemos? Porque no somos músicos.

Fotografía: Areej Obeid.

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