Monólogos suspendidos XII

Por regla general, no acostumbro a renegar de la ciudad donde nací y vivo desde entonces, aunque hay casos en los que me gustaría no vivir aquí.
Y es que parece que nadie puede respirar tranquilo en una ciudad como Santander, en la que la mitad de la gente ya se conoce y la otra está por conocerse en algún momento, con lo cuál, Fulanito es amigo de Zutanito, que conoce a Menganita, que odia a Fulanito, y otros muchos polinomios muchísimo más complicados.
Por eso, parece que no se puede ser auténtico o se debe serlo con todas las consecuencias. Desde luego, lo que está claro es que uno no puede ser manifiesto, en ninguna de las acepciones que esta palabra pueda contener.

Los juicios, las opiniones, incluso los estados de ánimo, deben quedar en la más absoluta intimidad (y cuando digo absoluta me refiero a que no se pueden hablar ni con el gato, que seguro que conoce a alguien a quien en un momento dado le cuenta alguna cosilla). Y nosotros mismos, y 'el que esté libre de pecado que tire la primera piedra', procuramos dejar caer de vez en cuando cosas que aparentemente fueron fruto de la más absoluta confidencialidad, pero que finalmente "se nos escapan".

¿Qué papel juegan las comunicaciones actuales en todo esto? ¿Es peligroso Internet en la preservación de la intimidad? Sí y no. Es peligroso en la medida en que puede mal utilizarse, pero no por existir significa que vaya a ser dañino, así a bote pronto.

Internet es un arma poderosa, tanto para hacer el bien como para hacer el mal. El que quiere exhibir su vida lo hace, da igual el medio que utilice, Internet es sólo un catalizador de ese ansia por existir públicamente que tienen algunas personas, cada vez más y cada vez más jóvenes.

Pero quizá la gran desventaja, en contraposición con muchísimas ventajas, que las tiene, de Internet, sea esa parte de nuestra vida o incluso nuestra vida entera que es exhibida sin nuestro consentimiento o incluso no es exhibida por nosotros mismos sino por un tercero.

Ahí es cuando se debe cuestionar la responsabilidad de la persona presentada en cuestión con respecto a la exposición de su vida en la red. ¿Hasta qué punto soy yo culpable de que un tercero suba, por ejemplo, una foto en la que yo aparezco a Internet? Una solución, seguramente no la única y desde luego no la mejor, pasa por ser responsables tanto de lo que concierne a nuestra privacidad, es decir, procurar no gritar a los cuatro vientos qué hacemos desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, con detalles gráficos a ser posible, como lo que concierne a la privacidad de nuestros amigos y conocidos, sobre todo la de aquellos que explícitamente se niegan a ser pasto de las redes sociales.

Porque esas personas, y hablo de nuevo de mi ciudad, saben que Santander es muy pequeño, y que si las coincidencias se dan a nivel interpersonal, es decir, entre personas que se conocen y descubren que conocen a un tercero en común, y todos los derivados de esto, no digamos a nivel internáutico. Si hoy escribo yo esto, puede que mañana alguien, a quien no conozco personalmente pero que sabe que existo e igual yo también sé que esa persona existe, o no, quizá sólo sepa de un amig@ suyo, aunque no sepa que lo es, lo que digo, puede que mañana ese alguien, tú, lo estés leyendo.

Por eso agradezco tanto que haya gente a la que no conozco de nada y que no me conoce de nada que entra a este blog y lo lee, e incluso comenta, porque ésa es una gran ventaja de Internet.

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