El temblor del anti-héroe

Ahora que Álvaro Pombo vuelve a las voces de los santanderinos de pro, debido al reciente premio Nadal recibido por su novela “El temblor del héroe”, me surgen una serie de cuestiones en torno a su figura y a la de los que ahora pueblan las páginas de los periódicos (o quizá debería decir “el periódico”) de Cantabria de contenidos “pombianos”. La primera de ellas es, sin ninguna duda, el vacío que se encuentra desde la controversia entre ciudad y escritor hará unos años por un asunto que no cabe mencionar ahora, hasta, quizá, los comienzos de su candidatura política al Senado por UPyD. Siempre me ha llamado la atención la facilidad con que la ciudad de Santander y sus supuestos estandartes culturales olvidan las que, por otro lado, han sido afrentas en su momento insalvables para ellos. Lo que no me extraña en absoluto, para bien o para mal, es la aceptación gozosa con la que Pombo ha acogido este nuevo cariño y esta nueva atención que le prestan. No es el único caso que hemos vivido en la ciudad de Santander, algún que otro personaje disfruta de las viandas que la cultureta santanderina le prepara –quizá esperando una lógica compensación, no económica, sino de prestigio y escalafón intelectual-; son, sin embargo, más numerosos los casos de personajes completa e injustamente olvidados por la crema de la intelectualidad de esta “capi” tan puntera, por mencionar algunos nombres: los fallecidos Leopoldo Rodríguez Alcalde y Pablo Beltrán de Heredia, y otros personajes que, a pesar de lo que la mayoría pueda pensar, continúan vivos en algún lugar de nuestra tierra, como Rafael Gómez de Tudanca (quien fuera secretario de José María de Cossío y director de la Casona de Tudanca, que tanto le debe y que tan poco le ha dado tras su marcha).
Pero, en fin, hablamos de los que sí están siendo atendidos por la prensa, a los que se les rodea de flores y uvas, en báquica pero lánguida fiesta. Puestos a celebrar a algún personaje nacido de estas costas, yo también prefiero que sea Álvaro Pombo; otros con menos méritos salen continuamente a la palestra. Sin embargo, atendiendo un poco, y sólo un poco, como un mero lector amateur y un simple “curioseador” de noticias, es fácil darse cuenta de la impostura no ya social sino personal de la filosofía vital del personaje. Álvaro Pombo promueve en entrevistas y novelas el recurso de la acción; la acción como motor de la vida, de la vida sustancial. Reniega de esa gente –común en los barrios santanderinos de ésta y otras épocas- a las que él mismo califica de “faltos de sustancia”. Con el filósofo José Antonio Marina como el Apolo o quizá el Hermes que guía su pensamiento libertador, nos da unas claves de vida que, queridos amigos, distan mucho de ser el fiel reflejo de su realidad vital. El Álvaro Pombo que se deja conocer por el ente público, por la más vulgar masa, es un Álvaro Pombo prefabricado. Es un ser social gustoso de la parafernalia con que ahora le adornan en Santander. Es, aparentemente, un hombre maleado en el trabajo. Es, por lo que parece, en fin, un empirista.
Nada más lejos. Y aquí habrá gente que considere mis palabras impropias y falaces, lo cual acepto y respeto, por cuanto otros muchos como yo se creerán en la capacidad de analizar a un personaje tan controvertido como éste. El Álvaro Pombo que yo veo tras los renglones de sus novelas –cada vez más absurdas y vacuas (aunque reconozco que aún no he leído este último “temblor del héroe”)- es un ser no partícipe de su vivencia, sino de sus personajes. Hombre solitario por elección, aunque esta elección no sea propia, quizá, sino más bien la apropiación de una coraza para evitar ser quien todo el mundo, desde su infancia, esperaba que fuera. Amante en la sombra, obsesionado con el fin y la desgracia; demasiado orgulloso para conseguir sus objetivos, sino es tras el biombo de sus más conflictivos y ambiguos personajes, resumidos, finalmente, quizá, en Salazar (“Contra natura”). Con todo, una persona compleja, alejada de todo lo que representa la feminidad, pero no entendida desde el prisma occidental, una feminidad que expresa lo que otras sabidurías –tan buenas o incluso mejores que la nuestra- han reflejado en ella; ese ying del mundo, lo difícil, lo oscuro, lo materno.
No quiero que entiendan mis palabras como un ataque personal contra un escritor que, por otro lado, sólo me ha proporcionado, en los casos más graves, una mala lectura –y reconozco que han sido varias las que han resultado buenas lecturas-. Esto es, nada más, la expresión de mi asombro ante la situación actual, en la que a una persona como Álvaro Pombo, tan poco desentrañada, sólo se la requiere para seguir siendo “un actor frustrado”, según sus propias palabras.

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