Alumbramiento (Deslumbramiento) II

Y día a día, semana a semana y cada una de las medidas de tiempo que al lector se le ocurran, se va produciendo el lento, pero no por ello ineficaz, proceso de deslumbramiento.

Un personaje, como si estuviera escrito por un autor cualquiera, con las características básicas marcadas y con un margen de maniobra más o menos amplio, dependiendo del cuidado que se tenga que poner, aparece ante la deslumbrada de turno, que hoy llamaremos Y.

En manos de un psicólogo en ciernes, este personaje podría enmarcarse en lo que el doctor Gregorio Marañón tanto y tan bien definió en sus estudios y que tantas alegrías ha dado a nuestra Literatura: el síndrome del Don Juan.  


Y aquí hago un alto en el camino para indicarle a cualquier lector que por aludido se haya dado que, si le queda algo de sano juicio, no entienda, ni por asomo, estas palabras como fruto de rencor alguno, pero que tampoco, por favor, se sienta halagado por ellas, pues recogen un terrible estado mental del cual pocos salen y, si lo hacen, rara vez sanos y salvos.

Este síndrome es bastante abundante entre el público masculino y suele ser escondido por el fememino cuando se ha visto embebido, atrapado, traicionado por él. Pero Y. se ha atrevido a contar su historia, Y. quiere evitarle a quien quiera que se lo eviten, el dolor, la frustración y la pérdida absoluta de tiempo y esfuerzo que solo se pueden ver compensadas por toda la enseñanza que cualquier vivencia nos deja.
Escuhemos, pues, o leamos, las confesiones de Y.
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