Acechan... ¿y ahora qué?

Se acercan inminentemente los 28 años... Los noto venir desde hace unos meses. Y tiemblo solo de pensar que a mí, ¡a mí!, vaya a entrarme una pre-crisis de los 30. ¡Las narices! Ni pre, ni crisis, ni post. Porque, ¿de qué sirve?

¿De qué sirve poner sobre la mesa todo lo que a uno le ha venido ocurriendo hasta llegar a donde está?
¿De qué sirve apreciar que la mesa está muy vacía de algunos asuntos y demasiado llena de otros? 
¿De qué sirve darle vueltas una y otra vez a los mismos asuntos (y darse cuenta, por ejemplo, de que los domingos son ese día en que yo me encuentro siempre recordando cosas)?
¿De qué sirve acaso atreverse a pensar que otros llegaron a metas más admirables, o quizá menos, a la misma edad?

Ya lo sabéis pero os lo digo: no sirve absolutamente de nada. Pero parece que la recapitulación es una de esas manías, como el que se muerde las uñas o sigue las mismas exactas rutinas a diario, sin saltarse un punto o cambiar su orden.

Recapitulas y te preguntas: ¿Por qué anduviste tanto tiempo desencontrada, acompañada de tan poquita cosa tan largos días, meses, años? ¿Por qué te preocupaste tanto por tanta tontería? ¿Por qué no actuaste, en vez de esperar al karma? ¿Por qué no estuviste allí?

Dichoso pretétito perfecto simple, acabado en sí mismo y tan presente sin embargo, que de simple tiene más bien poco.

Y, por otro lado, creo que llegó el momento, que ya toca, decirte, deciros, decirme, por si alguien aún no se ha enterado... Me importa una mierda, un cojón de pato, que dijo aquel y que tan bien suena. No me cuesta nada no esperar el bien para todo el mundo, que no quiere decir que espere el mal. Pero hace tiempo que dejé los pañales y no se me escapa que hay gente que merece alguna enseñanza en la vida, que va tocando. Y es vox populi que las enseñanzas rara vez se aprenden a través de gratas experiencias (y si es así, es porque sabes ponderarlas después de unas cuantas muy malas).

Con todo esto quiero decir que, si considero que mereces mi atención, mi ayuda, mi amabilidad, mis palabras, mi respeto, mi bondad (que la hay, por mucho que todo el mundo dude) y mi buen carácter, pues ahí te queda. Es cosa tuya si lo disfrutas o no, si lo valoras o lo "mandas a la papelera de reciclaje". Pero, por lo mismo, si considero que mereces una respuesta, mi actitud severa, mi silencio, mi desprecio y mi sana ira, pues te la comes. Y también me da igual que haces con ella. Porque yo vivo para mí y adoro cada uno de los rasgos de mi personalidad, incluso los que a veces actúan a mis espaldas (¡Qué sabios y qué malditos son al mismo tiempo!).

Dedicado a todos/as aquellos/as que algún día conocí.
Este es mi regalo de pre-cumpleaños.



Otras entradas