De los imposibles pasados

En aquella tarde lluviosa de domingo, como no podía ser de otra manera, con la primavera a la vuelta de la esquina, rezagada en la nube continua y el cansado frío de su tierra adoptiva, se encuentra haciendo recolección de imposibles pasados, nostalgia desvivida, los futuros que imaginó en aquella época y que ahora le devuelven vidas, historias que relatan anhelos, esperanzas, quizá frustraciones, probablemente señales, indudablemente motivos por los cuales un psicólogo encontraría estas palabras causa de continuas visitas y su consecuente precio a pagar.

Inicialmente, lo juzga inaceptable, como si imaginar hacia atrás fuera un delito, una afrenta para su presente del que destaca la facilidad, la calma, la genuina identidad de quien no omite sentimiento, ¿es esto lo que llaman felicidad tal vez? Sin embargo, ha aprendido a aplicar imparcialidad a toda noción humana, por cuanto es la única manera de lidiar con el sinsentido de la dinámica de este mundo moderno y sus cohabitantes. Así que se permite jugar, ya que el incipiente pensamiento ha truncado una deseada y breve siesta.

Se acuerda ahora de I., una suerte de Timothée Chalamet local, con su sensibilidad literaria y esa rebeldía burguesa de quien se sabe a salvo por derecho sanguíneo pero se expone al tumulto proletario por puro aburrimiento social. Sin duda físicamente irreprochable, el perfecto candidato a imborrable recuerdo como se da cuenta ahora mientras lo recuerda. Y si no fuera por las circunstancias en que lo conoció, imagina, habría sido un amor delicado, sorprendido a la pasión y quizá algo tumultuoso al principio, pero es consciente del efecto que sus ojos tuvieron en él, quizá para siempre, como recuerdo estético más que nada. Apenas dos citas, que no fueron citas sino más bien paseos, algo muy de la ciudad natal, hubieran sido testigos del incipiente deseo traducido quizá más tarde en la cadencia inconsciente e incontrolable de quien en realidad no comparte en absoluto la visión de la vida. O tal vez no.

Es ahora G. quien se presenta en su memoria; aquello, recuerda, fue una absoluta explosión desesperada de sensaciones corporales, la búsqueda de una conexión hacía tiempo perdida, si es que alguna vez existió con quien por aquel entonces compartía sus días. Rotundamente convencida de que jamás hubiera constituido un futuro tangible, imagina ahora cómo hubiera sido rechazar las convenciones, jugar con el fuego con el que la estaban quemando desde el otro lado de su domesticada relación. Cuando todo fue posible y se llevó a cabo, la explosión había dejado paso a la desoladora estampa de una bomba atómica. Aún recuerda el miedo con el cual G. se negó a ir al cine con ella, quién sabe si al compromiso, a la intensidad, a lo cotidiano o simplemente miedo al sentimiento.

Y antes que ellos, recuerda brevemente, F. Aun hoy en día un misterio, una breve etapa que probablemente anunciaba lo que vendría después, incluyendo el dolor y la desilusión. Rápidamente se escapa de la memoria, se convierte en parte de un análisis de su propia persona. No es la emoción que busca encontrar en esta tarde lluviosa de domingo.

Se apresura a encontrar otros nombres, pero el sentimiento se ha desvanecido... Se sorprende al pensar que estos imposibles pasados ocupen apenas las palabras de un párrafo. Le gustaría intercambiar notas con sus protagonistas pero teme tanto la posible inocuidad de la breve presencia en sus vidas como todo lo contrario. Decide interrumpir el proceso a sabiendas de que el sentimiento se desvanece, convencida de que habrá, al menos, otro par de domingos lluviosos en que podrá volver a ello sin mayor consecuencia.



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