Racionalizaciones estúpidas I

Siempre me pareció loable la capacidad de algunas personas de mantener sus espacios personales en la más absoluta de las pulcritudes y de los órdenes.

Asumo, con cierta desvergüenza, que nunca he sido persona de colocación impecable. Mi habitáculo parece más la madriguera de un oso pardo que se ha visto obligado a vivir en medio metro cuadrado que una sala de estudio y meditación académica como corresponde a mi función, en estos momentos de la vida.

La sensación que uno (en este caso la que escribe) disfruta cuando, tras pelear consigo mismo tardes y tardes, mañanas y mañanas, sobre si debería ordenar o no esa maraña de asuntos varios y ajenos, propios también, los más diría incluso, o los menos, consigue decidirse, ordenar y ve lo que ha hecho es inigualable; nadie que acostumbre a ser ordenadamente perfecto en esto podrá entenderme.

Pero, por lo mismo, la sensación que uno sufre cuando, tras haber disfrutado de la anteriormente mencionada previa sensación, se ve en la tesitura de llegar a pensar: ¿dónde he puesto esto?; esa sensación, es terrible.

En situaciones normales, "esto" estaría "aquí" o lo que es lo mismo, más o menos donde siempre, con un orden inexplicable, pero donde siempre. En esta situación, "esto" está "en algún lugar donde lo haya guardado con otros tantos estos de variado origen y necesidad".

Porque no quiero que nadie me diga que ordenar es cuestión de necesidades: Lo que necesites, cerca, a la vista, lo que no, lo guardas en un cajón. Pues oigan, eso sí que sería un desorden, LO NECESITO TODO, obviamente. Pero no lo necesitas todo a la vez. Pues no, pero si me baso en lo que necesito ahora, mañana tendría que ordenar según lo que necesitara... Y ESO SÍ QUE SERÍA UN CAOS.

A lo que iba es que, piensen lo que piensen de mí (aunque sí quiero dejar claro que el desorden no supone una falta de auto-ordenamiento y limpieza, soy mujer de hábitos saludables), para mí el orden que conocen todos los seres humanos, el orden diáfano, el orden inscrito en un canon universalmente aceptado, es de tan poca prioridad que no sé cómo argumentar para que nadie me exija razones.

Todavía encuentro las teclas del ordendor, mis libros de cada día, donde escribo y donde no, los folios, los no folios, aquello que no sabía que era y decidí dejar "por ahí" para descubrirlo mañana o tal vez nunca, o recordar que sé lo que era pero ya no sé dónde está... Todas esas pequeñas y grandes cosas están ordenadas, tanto como lo está mi cerebro. Y salvo una incipiente locura, no me pueden negar que no tenga las ideas claras.

NO IMAGINO UNA CUADRÍCULA CUANDO PIENSO EN EL ESPACIO QUE OCUPAN MIS IDEAS EN MI CEREBRO. POR TANTO, MI HABITÁCULO ESTARÁ ORDENADO EN DIRECTA PROPORCIÓN A COMO ESTÉ MI CEREBRO.

He dicho.


P.D.: No se trata de una apología del desorden preadolescente. Pasé esa etapa con un desastre de habitación y he descubierto que seguiré siendo así, y no por rebeldía, se trata de un modus operandi sin el cual no sería la misma, ni escribiría igual, por supuesto.

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