Monólogos suspendidos VII. Por los que se quedan...

Últimamente, la gente cercana a mí está recogiendo los frutos del trabajo más antiguo del mundo: morir.
Y digo trabajo porque, salvo contadas ocasiones que, al menos a mí, me causan una envidia sana de esas personas que sienten que la muerte es lo mejor que les puede pasar llegado un momento, en general morir nos cuesta trabajo.
Y no sólo a los que mueren, sobre todo a los que se quedan.

No voy a entrar en discusiones sobre a dónde vamos cuando morimos, si pasamos por un proceso de metempsicosis, o nos esparcimos en átomos tendiendo a infinito, o por el contrario nuestra alma se reúne con el Creador, el de cada uno, por supuesto. Lo que quiero plasmar hoy 17 de enero es esa inquietud que nos transmite la muerte.
Es una paradoja que el estado de mayor quietud y calma al que podemos aspirar provoque en nosotros los momentos de mayor zozobra.
La gente que, de momento, permanece tras la pérdida de un ser querido debe quedarse con toda esa inquietud de la que el fallecido se desprende. ¡Qué dolorosa es y a la vez que sea así siempre la muerte para los que nos quedamos!

¿Qué importa si el hombre debe sufrir más y más? ¿Cuántas veces tendremos que perder a las personas que más queremos? ¿Qué más da si nos quedamos solos? ¿Qué importa todo esto si podemos decir que gracias a nosotros los Hombres se van en paz?
El Hombre da al Hombre la extremaunción que necesita para no volver jamás. Qué importa si nosotros estamos tristes, si los que se van, se van felices...

***
Hoy quiero enviar desde el blog un abrazo especialmente cercano a todos aquellos que han perdido recientemente a un ser querido. Muy especialmente a Paula e Igor y toda la familia. Para vosotros, para "él" -Paula, Igor-, y en memoria si cabe de Aurelio García Cantalapiedra, dejo aquí estos versos:

Para quienes nunca se fueron
Necesito tu hombro amigo donde apoyar
la pesada carga de este viaje inútil.
Necesito tu mirada para dejar constancia de este caos.
(Si la tuviera escribiría sólo palabras de compromiso.)

Y sé que de mí ya no quedarán huellas mañana,
sé que mañana no me acordaré de ella,
pero hoy, hoy, dejaría enseguida mis escasas murallas.
Estaría dispuesto a entregarme a cualquier ritual sangriento.

Necesito tu hombro amigo para apoyar
mis pensamientos prójimos, lejanos.
Tu presencia es este eco
donde duerme mi voz,
donde huyen los versos ateridos de frío.

Mario Crespo López, Perfume para Piedras, 2004.

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