De nuevo, domingo...

No sé qué comen los domingos pero sus deshechos son siempre memoria, recuerdos. Acostumbran a anunciarse a lo largo de la semana de modo casi imperceptible, pero estoy muy acostumbrada a notarlos, casi como cuando uno se está resfriando.

Aquí no valen absurdos remedios, como pegarse un chute de vitamina C pensando que así el catarro se va a asustar y marcharse por donde vino. Qué va, aquí lo único que vale es recibir el domingo con familiaridad. Uno solo escapa del domingo cuando ya ha sido domingo otro día de la semana, no hay cupo para dos domingos en siete días.

Ayer me cabreaba por anticiparme al domingo y encontrarme recordando lo que no viene a cuento. No es que me niegue al recuerdo, es necesario, cuanto menos, para no repetir lo que ya una vez nos hizo daño. Y aunque en mi memoria se agolpen numerosos acontecimientos del pasado, siempre hay algunos que parecen robar protagonismo a esas recopilaciones vitales que hacemos los domingos.

He dado con ello, lo que me cabrea es la inconclusión. Y la inconclusión existe porque yo la concibo, porque para mí no acaba hasta que yo lo decido. La inconclusión puede invadirlo todo, menos la muerte (cuando me toque a mí, quizá, decida que no tiene nada de conclusa). Es muy probable que todo sea siempre de algún modo inconcluso, pero hay inconclusiones que nos pican en la espalda, justo en ese punto al que nosotros no llegamos, justo ese picor que si nos rasca otro no acaba de desvanecerse del todo.

Los episodios inconclusos son picores de espalda. 

Hace ya tiempo, sin embargo, que desistí de la posibilidad de que la conclusión dependiera de mí. Pero no me basta con dejarlo en manos de otros, ¡ojalá! Nunca me he fiado especialmente de nadie, es uno de mis defectos, ese "ya lo hago yo" tan irritante. Así que en esto no podía ser de otra manera. El picor de espalda del picor de espalda podría decirse.

A sabiendas de que lo justo es muchas veces parcial, creo que hay justicias universales y que rara vez parecen llevarse a cabo. Aún hoy no sé muy bien cómo cerrar mi capítulo, supongo que continúo preguntándome asombrada por qué no tomé las riendas.

A fin de cuentas, vaya, los episodios inconclusos no lo son para con los demás, sino para con uno mismo. Y si hay alguien a quien me cueste perdonar, es a mí.

Así que cada domingo me rasco la espalda con fruición, asegurándome de que no dejo espacio para el retorno urticante. Miento, no es cada domingo, pero cuando es, es intensamente. Termina mi piel enrojecida en pequeños carriles de arañazos.

Pero, al final, lo único que concluye es el domingo... 


Otras entradas