Discapacidad creativa

Lo confieso, después de tantos años he de reconocerlo. Mi escasa producción ha sido siempre debida a la inspiración más estúpida: la contrariedad. Empezó con un impulso adolescente: el desamor. Creció con él y la primera lucha por entender que el amor no es sino una decisión; pasada la ilusión, lo exótico, llega el momento de decidir, con la cabeza. A partir de ese momento, unos deciden repetir el ciclo, cambiando los elementos de la ecuación, pero con la misma incógnita; otros, y es mi caso, horrorizados por el dolor o tal vez gracias a él y su continua enseñanza, decidimos avanzar. Lo que encontramos más allá, cada cual que lo explique si quiere, no es este el momento en el cual yo daré cuenta de mis descubrimientos.

Con el tiempo, ni siquiera la insatisfacción vital conseguía extraer de mí más que un pequeño texto o dos, de carácter casi anecdótico, con cierto toque amargo hacia la experiencia vital, nada destacable. Se espaciaban cada vez más las ganas, las teclas contraídas a ritmo de estornudo, como si todas quisieran salir a la vez de la punta de los dedos. ¿Acaso las palabras ya no pertenecían a su cuna original? ¿Ya no había suficiente contrariedad? ¿Quizá demasiada, tanta que silenció el impulso? Sin duda, había desgana, había rutina y el pago de facturas, ese hacerse mayor a base de protocolos, si bien es cierto que yo nunca fui muy joven y ya venía practicando protocolos de años venideros, pero ahora... Ahora era en serio.



Lo veo ahora y sospecho que he imaginado dos vidas. En la anterior, mi camino se dibujaba como el de un personaje fruto del destino, de la idea y un poco del aire. Poco o nada dueña de sí misma, esta vida era emocionante, agotadora pero energizante. El desastre prevenible y a la vez necesario para llegar a esta, la vida que sigue: escenarios, personajes y tiempos totalmente distintos. Con cierta nostalgia, que ahora entiendo irremediable en todas las facetas de la vida. No me quiero negar la apetencia de dejarse llevar, aquella intensa amargura que sin embargo te hace sentir tan vivo y joven. Pero está bien, la nostalgia es un lugar al que acudir para lamerse heridas y seguir adelante.

Y sin embargo, ante tanta amargura y desagrado como hemos vivido en estos últimos años, donde aquellos protocolos han hecho de muchos un enjambre adormecido, sin sentido de la vida, más que el devenir del tiempo, igual da su calidad, su valía, simplemente más, aunque sea más dolor, más distancia, más odio; ante esta distopia cognitivo-social y contra todo pronóstico, esta segunda vida parece haber adquirido espacio para la palabra. Mi creatividad, aún tímida, busca la manera, el fondo, el contenido e incluso la forma. Yo solo espero ser digna de lo que pueda venir, y esta vez le ofreceré más que la inspiración, más que la contrariedad.

Le ofreceré tiempo, dedicación y vida, le concederé un minuto para depurarse, quizá dos. No le negaré una segunda lectura, ni la imperfección que se sospecha siempre de la creación propia. Sin esperar que llegue a ningún lado, sin esperar que crezca y se convierta en una responsabilidad. Y quizá sea este el modo en el que se diseña mi próxima vida.

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