Mañana lloverá (VI)

Si ya parecía suficiente con el chulo del garito, Marcos no estaba dispuesto a dejar tirada a la poli, si le habían llamado, aunque fuera a caerle el mayor marrón de su vida, tenía que ir.

Y así lo hizo, se presentó tan pronto como supo desembarazarse de la preocupación nocturna que le había atado a la cama, con los ojos como platos, mirando directamente al techo, en el que no hacía más que intuir lo que Carla y él habían hecho aquella noche, aún no lo recordaba, y ¡maldita sea!, ¡por qué tenía él que cargar con eso, si ni siquiera recordaba aquella noche, ni una sola palabra, caricia, beso o estímulo!

Por otro lado, tenía la esperanza de descubrir alguna información sobre Carla... Aunque, ciertamente, nadie le había concretado que en comisaría quisieran hablarle de algo relacionado con ella.


Estuvo esperando en una sala o más bien un pasillo estrecho y largo, con butacas de plástico, acompañado de un par de chavales que esperaban para prestar declaración por objetos robados o perdidos, y de una vieja, llorando sin cesar, de la que más tarde, por sus gritos, sabría que había perdido un gato, un puto gato...

Un tío, con pinta de no ser mucho mayor que Marcos, se le acercó con un montón de papeles. Le llamó por su nombre y apellidos y le pidió que le acompañara a una habitación pequeña y sin ventanas, de aspecto sucio, desordenado; estaba todo apilado por el suelo, las pocas estanterías que tenía parecían destrozos de un edificio recién derruído, todo estaba en un completo desorden, menos la mesa de aquel tipo: un ordenador, malo, con por lo menos diez años de antigüedad, el teclado, con algunas letras desgastadas, un montón de folios y dos bandejas con formularios sellados y sin sellar.

El policía, con uniforme pero sin pistola ni porra en el cinturón, sólo con las esposas, se sentó tranquilamente tras el ordenador y ofreció a Marcos hacer lo propio justo enfrente, en una silla algo más cómoda que las del pasillo de espera. En ningún momento aquel tío tomó una postura prepotente, como en esas películas americanas, que siempre apoyan los pies en la mesa, se agarran del cinturón y están chupando un palillo. El tío era mucho más educado que aquello, pero por lo mismo, Marcos no tuvo ningún conducto de salida para su nerviosismo, no podía ponerle un toque de humor a aquella situación,;era tan normal, que no podía imaginar que fuera a ser grave.

Aquel tipo, comenzó a distribuir los papeles que llevaba encima por la mesa, y se quedó sólo con uno, que le pidió a Marcos que rellenara. Datos, sólo datos, ninguna explicación del por qué tenía que estar allí, rellenando un formulario, y por lo mismo, Marcos no iba a preguntar. Entonces, casi cuando estaba acabando de rellenar "fecha y firma", Marcos levantó la vista, instintivamente, hacia la puerta de entrada a la habitación, a su izquierda, preguntándose lo que todo el mundo en situaciones absurdas, qué día era; enseguida volvió la vista a la hoja para acabar con el "papeleo" cuando se dio cuenta, repentinamente, de que había visto pasar a una mujer... A la mujer: a Carla.

Firmó la hoja absorto, intentando de nuevo vislumbrar entre realidad e imaginación, quizá esto tampoco era real. Aquella noche, ahora en la comisaría. ¿Y si Carla era simplemente fruto de su imaginación? ¿Y si, aunque la mujer a la que veía existiera, él simplemente había imaginado a una mujer como Carla después de ver pasar a una mujer como aquella cualquier día por la calle?

El policía le cogió la hoja de la mano, en la que parecía haberse congelado, y procedió a leerla, con parsimonia, como si en el manual de policía estuviera, en algún artículo concreto, especificado que los formularios hay que leerlos como si uno ya supiera lo que va a decir. Pero, de repente, el tío abrió los ojos y miró a Marcos:

- Creo que te has confundido con tu apellido, chaval.

Marcos, que aún estaba, como él diría, flipando, levantó la vista ligeramente y pidió la hoja con la mano. El tipo se la acercó sin soltarla y dijo:

- No hagas gilipolleces, aquí todos sabemos cómo te llamas.
- Pues seguro que lo saben -dijo Marcos un poco molesto- pero yo mi apellido es ese.
- Chaval, vienes ya animado por la mañana. Ya me habían dicho que eras un listillo, pero esto es demasiado básico, cúrratelo un poco más.
- Le he dicho que ese es mi apellido.
- Que sí, que sí... También me vas a decir que este no eres tú...

El tío, que tenía la ficha policial de un chaval en la pantalla del ordenador, con foto incluída, a la que no había prestado atención hasta ahora, se quedó inmóvil mirando, con la mano en el ratón, la foto de la ficha. Marcos y el tío de la foto no eran el mismo. Comprobó los apellidos, efectivamente no coincidían. Buscó los datos del verdadero Marcos, no había antecedentes, en su ficha sólo aparecía su nombre por una declaración de objetos perdidos que hizo su madre una vez. Ninguna foto.

Se levantó, sin decirle nada a Marcos, que empezaba a temerse que habia estado perdiendo el tiempo sin salir a comprobar si Carla era real. Asomó la cabeza por la puerta y gritó: ¡Quién coño ha llamada a este chaval!, en dirección a una mesa que había a la entrada de la oficina. El hombre que estaba sentado en ella le dijo que él acaba de empezar turno, que sería su compañero.

El policía volvió a la mesa murmurando y cabreado:

- Chaval, vete de aquí, hemos tenido una confusión. Te puedes ir, se han equivocado con los datos.

Sin mediar palabra, Marcos se levantó y salió de la habitación, miró a derecha e izquierda, esperando encontrar a Carla. Nada.

Cuando salía de la oficina, la vio entrar a un despacho, sin llamar. Se quedó mirando la puerta que Carla acaba de cerrar tras de sí... ¡Era Carla! ¡Era real! ¿Por qué si no iba a entrar en un despacho? Su imaginación no podía querer ver a Carla entrando en un despacho por ningún motivo...

Era Carla.

Como el policía le había despedido tan tajantemente, Marcos pensó que no era buena idea ir a buscar a Carla a la entrada del despacho, por muy emocionado que estuviera, con lo problemática que había sido además su "relación" con ella, igual acababan arrestándolo por cualquier signo de exaltación.

Salió de aquel lugar y decidió esperar sentado en un banco de la acera de enfrente... Le pidió un pitillo a una perro flauta que pasaba por allí, él tenía fuego. Y se puso a esperar...

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