Quiero destruir



Poco a poco construimos muros entre nosotros. Me basta echar un ojo por la ventana de mi habitación y ver que, donde antes había unos barrotes sin importancia están haciendo un murete. Y es curioso porque yo misma contradigo lo que pienso con lo que sale de mis labios, soy la primera en decir: a ver cuando lo acaban.
Sin embargo yo no quiero que se acabe ese muro, porque querrá decir que han construido una barrera, que sí, vale, es una barrera entre mis vecinos y yo, pero una barrera al fin y al cabo.

Yo no sé si cada vez que nos juntamos en la cama con aquellas personas a las que amamos en realidad lo hacemos para construir nuestros propios muros. Unimos fuerzas para conseguir que una barrera nos separe algún día, no sé si esto es así, aunque sea a veces.

Otras veces es probable que uno construya y el otro derrumbe, y éste es el único caso donde no se cumple aquello de que se tarda menos en destruir que en construir; curiosamente el que quiere descomponer esos muros que separan es el que no consigue aunar las fuerzas necesarias para, día tras día, echar abajo las piedras de una frontera que parece crecer a la velocidad de la luz. ¿Acaso el que construye emplea tiempo extra en acabar su faena?

No me gustan las barreras físicas, pero mucho menos las psíquicas, dentro de las que se encuentran las sentimentales. Me gusta querer, envolver a besos y/o a versos a la gente que me importa. Y realmente me duele ver que cada día los muros son más altos.

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