Septiembre es un mes de resumen

Lo que no dan ocho años, lo aportan casi diría que ocho horas. Una vez que sabes que los cimientos no estaban donde debían, que el arquitecto hizo como hacen muchos arquitectos hoy día: te proyectan un edificio y para cuando no se tiene en pie al llevarlo a efectos, resulta que se fueron con la pasta a la otra punta del mundo; una vez que sabes esto, lo demás sólo viene a abundar en la materia.

Es curioso cómo algunos hechos en la vida parecen pasar de puntillas hasta el centro de una sala, en la que esperan sentados hasta que te des cuenta de que han llegado. Para cuando te das cuenta, todos son conscientes de estos hechos menos tú. Ahí sentados, parecían parte del mobiliario, algo intrínseco a la habitación en la que en algún momento habías decidido entrar a vivir. Has sabido convivir con extraños que resultaban, por otro lado, tan familiares...

Llegados al punto en el cual te percatas de la existencia de estos hechos, en realidad, no te queda más que presentarte a ellos con educación y respeto (llevan tanto tiempo como tú ocupando aquel lugar) y servirles una bebida. Quizá mantener una pequeña conversación con ellos, probablemente presentárselos a tus amigos y conocidos (algunos hasta se sorprenderán de conocerlos).

Para entonces, sientes que algo y/o alguien sobra en tu habitación y seguramente ese alguien seas tú, que has venido a meterte en una habitación demasiado ocupada, que poco o nada tiene que ver con el tipo de habitación que tú necesitas: la cama te viene pequeña y apenas tienes mantas con las que cubrirte en las noches de soledad e insomnio, el espejo devuelve una imagen que no identificas como tuya, sobre la mesa no hay más que anotaciones de datos, personas, fechas... Una lista de nombres que no comprendes, pero que te irrita, ¿acaso en esta habitación no vivo sólo yo? ¿Con cuánta gente he tenido que compartir esta habitación? ¿Será esta la razón de que resulte tan pequeña, tan limitada? Un armario lleno de falsos recuerdos, esos que te ponías cada día, porque te resultaban cómodos. 

Decides que los hechos ocupan demasiado, que aquella habitación no te gusta en absoluto y que compartirla con tanta gente te supone una falta de respeto hacia ti mismo y tu espacio, tu vida. Así que les propones a los hechos que te acompañen allá donde te diriges ahora: sin destino, sin ninguna certeza, salvo la de no volver allí. Los hechos, contentos porque han conseguido tu atención después de tantos años, te agradecen el gesto, te cogen de la mano y al unísono te susurran: puedes contar con nosotros, somos lo único que no cambiará pase lo que pase.

Salís despacio y con paso firme de aquella habitación, cierras con llave y después la cuelas debajo de la puerta. Algún día puede que se te olvide aquella sombra antropomórfica que trataba de ocultarte los hechos sentados en el centro de la sala. Con el tiempo, olvidarás la habitación, la pequeña cama, el espejo alienante, el armario lleno de falsos recuerdos. No dentro de mucho, te darás cuenta de que entraste por la primera puerta de un largo pasillo y de que, si no quieres, los fantasmas como aquella sombra de la antigua habitación no tienen por qué acompañarte, y no deben. 

VERITAS LIBERAT NOBIS

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